Navegando por ese espacio virtual que llamamos Facebook, me he topado con un artículo sobre cómo escriben o escribían, ya que algunos han muerto, diferentes escritores norteamericanos. Parece ser, después de leer las líneas, que muchos de ellos muestran una tendencia a escribir por las mañanas. Puedo decir que entre los mencionados: Susan Sontag, Murakami, Ray Bradbury, Anais Nin y Henry Miller, entre otros, mi favorito siempre ha sido Ernest Hemigway por su manía de escribir de pie. En lo personal tiendo a escribir cuando tengo un momento para hacerlo, aunque no estaría de más el crearme una rutina como proponen algunos de los más conocidos.
Hace ya varios años tuve la oportunidad de estudiar con el estupendo novelista mexicano, Daniel Sada, y platicando sobre este tema me comentó que él se levantaba en la madrugada, alrededor de las tres o cuatro de la mañana, para poder escribir antes de comenzar su rutina laboral. Personalmente siempre me he considerado algo así como un ave nocturna, razón por la que no me imagino despertándome a esas horas. Aunque debo admitir que despierto diariamente a las 5:30 de la mañana para llegar a tiempo al trabajo.
Durante un tiempo trabajé para pagar una beca que tuve mientras estudiaba en la Sogem. El trabajo consistía en archivar revistas en la biblioteca de esta institución. Mientras ocupaba mis horas mirando revistas antiguas, en la mesa contigua me hacía compañía otro magnífico novelista: Eugenio Aguirre. Era un verdadero placer verlo trabajar, inclinado sobre la mesa, consultando diversos libros y siempre con ese aire de concentración absoluta tatuado sobre su rostro. Debo afirmar que durante el tiempo que duró mi trabajo, jamás dejó de estar a mi lado.
Los escritores noveles pensamos que la escritura es un acto de inspiración divina, aunque para los ateos como yo, probablemente no sea más que la compañía fortuita de alguna que otra musa griega. No podemos estar más equivocados. La escritura es un trabajo como cualquier otro. Se debe llevar a cabo de manera metódica y constante. Se debe escribir todos los días, aunque encontremos excusas para no hacerlo. A ratos se puede pensar que no hay nada que decir en este día, pero siempre, en el mismísimo instante en que mis manos se posan sobre las teclas de esta computadora rosa y pequeña, las palabras comienzan a surgir como por arte de magia.
No todo lo que escribo es muy bueno, tal vez a nadie le importe, pero el acto de escribir diariamente sí crea una diferencia en mi persona. Me hace más libre, me confronta, me hace más reflexiva y me ayuda a escuchar esos pensamientos que a ratos sólo nadan dentro de mi cabeza en un estado de total confusión, y finalmente, cuando termino y cierro los párrafos, me siento un poco más feliz.
Así es que no importa cómo o dónde escribas, ya sea de pie como Hemingway, en tu Volkswagen con un termo de café y mirando el paisaje como Cortázar, en la sala de tu casa como Bradbury o en una biblioteca como Eugenio Aguirre. Lo que importa es que si esa es tu vocación, si escribir es una necesidad más grande que el respirar o comer, no te detengas, síguelo haciendo, que una cosa es segura, no te vas a morir en el intento.
Lindo día…
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