El paisaje desde mi ventana no cambia. A ratos la luz transforma la percepción y los colores, pero básicamente sigue siendo el mismo. Aunque si me siento un momento en el jardín, y observo con cuidado, aquello que, según yo, no cambia, fluye y se transforma en un instante. Una hormiga arrastra su almuerzo ayudada por otras, un ave con un pecho al rojo vivo acaba de posarse sobre la barda, el enorme ficus a la entrada de mi casa continúa tirando semillas en un vano intento de reproducirse, y digo vano porque la tierra es yerma y seca, y las nubes caminan y varían su forma.
Algo similar sucede con mi vida, cuando pienso que está estática, llegan esas minúsculas variaciones y la mueven apenas unos centímetros. Alguien empuja una hoja hacia mí con la intención de alimentarme, tal vez un fuego fatuo aparezca y consuma un pensamiento, o quizá las semillas sigan cayendo en tierra estéril.
Esta reflexión, que acompaño de un poco de ópera y un café, me remite a una idea de Jean Paul Sartre en la que opina y cito: " cuando uno vive, no sucede nada. Los decorados cambian, la gente entra y sale, eso es todo. Nunca hay comienzos".
Mientras se acerca peligrosamente el día de mi cumpleaños, rememoro la cantidad de vidas que he vivido y la manera en la que los decorados se han transformado. He creado, y vivido, diferentes historias con muchas personas que entraron y salieron de mi espacio. Algunas tal vez permanezcan en este mundo virtual. Desde la fabulosa invención de las redes sociales me he reencontrado con muchas de ellas, a otras, las más, las he perdido en el camino.
Hace un tiempo tuve la audacia de decirle a una buena amiga que extrañaba los tiempos que pasábamos juntas. Entonces ella me dijo que nuestra historia fue muy buena pero que era tiempo de que yo creara nuevas historias con nuevas personas. Y regreso a Sartre cuando opina que "todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad".
El año pasado di una clase que titulé: casualidad vs. causalidad. Algunas cosas llegan a nuestra vida impulsadas por el destino, mientras que otras no son más que el mero reflejo de las acciones y rumbos que seleccionamos. El detalle reside en distinguir qué señales seguir y cuándo, mientras que en otros caos, los más, es mejor dejar de lamentarnos o culpar a Dios por nuestra situación y simplemente abrir la puerta, y mirar los íntimos cambios que habitan en nuestro interior para usarlos como impulso para la movilidad.
Y aunque considero que las redes sociales son un estupendo sistema de comunicación, también son un impedimento pues nos mantienen aislados en una comunicación ficticia con los "amigos virtuales " que poseemos. Y es en esta comunicación fabricada que olvidamos el maravilloso arte del pensamiento y de la reflexión. Hace un par de semanas comencé una correspondencia con un amigo quien me dijo que la escritura de cartas no produce más que la idealización de la otra persona. Estoy en total desacuerdo.
Llevo muchos años escribiendo diariamente y para mí, la escritura conlleva reflexión y auto conocimiento. Claro está que lo escrito debe ser sincero, a menos que entremos a terrenos de la ficción. En fin, me sigue gustando mucho la idea de leer y escribir cartas. Mucho más que los mensajes recortados, mal escritos y llenos de emoticones que nos ofrecen las redes sociales.
Y si Sartre dice que uno es lo que piensa y por ello existe, entonces comencemos a pensar y a retornar, a ratos, a la escritura de cartas o emails, en los cuales podamos decir al otro lo que verdaderamente pensamos, lo que nos gusta y nos molesta, lo que nos conmueve, nos lleva, nos atrae y ¿por qué no? Sólo transformar el paisaje interior del otro con un sencillo y bien escrito: te quiero.
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